Convivencia familiar intensa y aceptación con límites

Convivencia familiar intensa y aceptación con límites

Por Julia Rodríguez

Verano: época de reencuentros, de convivencias intensas, de pasar mucho tiempo con personas que quieres, pero que también pueden agotarte. Y ahí aparece algo que a mucha gente le cuesta reconocer: la necesidad de espacio. Y, con ella, una culpa rara, como si necesitar distancia de tu propia familia fuera un fallo o una falta de amor.

Hay una idea muy extendida —aunque casi nunca se dice en voz alta— de que si quieres de verdad a alguien, deberías estar siempre disponible. Que amar es no necesitar pausas. Que la intimidad es estar siempre presente. Pero esto no es realista. En cualquier relación cercana, por mucho cariño que haya, también hay momentos de cansancio, de saturación, de querer estar un rato solo. No es una contradicción. Es lo normal.

Desde la terapia de aceptación y compromiso (ACT), se trabaja mucho la idea de aceptación radical. Pero aceptar no significa resignarse o aguantar sin más. Significa reconocer lo que estás sintiendo tal como es —sin disfrazarlo ni pelearte con ello— y, a partir de ahí, actuar de forma coherente con lo que necesitas. Puedes aceptar que quieres profundamente a tu familia y que necesitas espacio. Puedes disfrutar de su compañía y notar que a veces te supera. Ambas cosas son verdad a la vez.

Desde una perspectiva conductual, hay algo más que ayuda a entender lo que pasa en estas situaciones. Normalmente, hay cosas que hacemos con la familia que nos resultan agradables: compartir tiempo, hablar, cocinar juntos. Pero cuando esos momentos se repiten sin descanso, cuando hay una convivencia continua y sin margen de elección, esas mismas actividades pueden dejar de sentirse agradables. Esto se debe a que los refuerzos pierden fuerza cuando se dan en exceso. No porque dejen de ser valiosos, sino porque necesitamos variedad, alternancia, y momentos de pausa para seguir disfrutándolos.

Además, cuando pasamos muchos días seguidos conviviendo con las mismas personas, haciendo planes juntos sin mucho espacio personal, puede aparecer un malestar relacionado con la falta de autonomía. No tener elección sobre cuándo estar o no estar con alguien puede hacer que sintamos rechazo o saturación, incluso aunque esa persona nos importe. No es que la relación esté mal. Es que necesitamos sentir que podemos elegir.

Esto es algo que veo mucho en consulta. Personas que se sienten culpables por necesitar distancia de su familia, que creen que si ponen un límite es porque no quieren lo suficiente. Pero ocurre justo lo contrario: poner límites —cuando se hacen con claridad y cuidado— ayuda a sostener el vínculo. Porque sin ellos, lo que suele aparecer es el enfado, el agotamiento o el distanciamiento emocional.

Una herramienta útil en estas situaciones es el mindfulness, que no es otra cosa que parar un momento y observar cómo te estás sintiendo sin juzgarte. Poder decirte, por ejemplo: “me doy cuenta de que necesito espacio” o “siento culpa por necesitarlo”, sin intentar cambiarlo o taparlo. Solo verlo con claridad. Desde ahí, es más fácil actuar de forma coherente: pedir un rato a solas, salir a dar una vuelta, o simplemente poner un pequeño límite, no desde el enfado, sino desde el cuidado propio.

Y quizá aquí la pregunta importante no sea: ¿está bien o está mal poner límites?, sino: ¿qué cambia cuando lo hago desde el cuidado, no desde la reacción? Porque al final, los límites no son muros que alejan, sino puertas que permiten entrar y salir. Son los que hacen posible volver a conectar sin estar quemado.